domingo, 10 de enero de 2010

“Hoy quiero hospedarme en tu casa” (Lc 19, 1-11)

, Señor, quieres venir a mi casa.
No sé lo que me quieres traer.
No lo sé. Pero la experiencia me dice que Tú siempre vienes
Con alegría, con salvación,
Con una misión,
Con un sentido para gastar la vida,
Con una invitación,
Con un afecto seguro que me invita a vivir con nueva ilusión, con nuevo entusiasmo, con nueva verdad.
Me pongo en tus manos.
Quiero recibirte en mi casa,
Abrirte las puertas de mi ser,
De mi inteligencia, de mi corazón, de toda mi persona.
No voy a esconderte nada: ni mis suciedades, ni mis ansias más profundas.
No quiero negarme a ninguna nueva posibilidad.
No sé por donde me llevarás.
Sea lo que sea, será salvación, alegría, invitación,
Posibilidad de vida nueva.

“Había un hombre... en medio del gentío”
Entre tanta gente como había en Jericó, la historia se fija sólo en “un hombre”. No importa cuantas personas andan por la ciudad... Para Jesús yo soy el único. El quiere establecer conmigo una relación personal única, un camino de amistad. La misma amistad que Dios tenía con Adán antes del pecado. Esa amistad a la que todos aspiramos y cuya falta nos hace sentirnos solos.
Tú quieres venir a mi casa, Señor, no a la del vecino; a la mía, a mi historia personal.

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